En mi anterior entrada hablaba del feminismo en Jane Austen, o más bien, la comprensión contemporánea que poseemos del feminismo y su manifestación como tal en las novelas de Jane Austen. El objetivo no era descubrir si la autora era o no feminista; no era identificar las escenas que podrían ser etiquetadas como feministas, término que resulta anacrónico para la novelas de la era de Regencia. Igualmente, no es el objetivo de esta reflexión el etiquetar a Austen de machista. De nuevo, el machismo es un término anacrónico, pues si bien hoy en día podríamos ver ciertas conductas como machistas, en la época eran entendidas como genuinamente buenas y de sinceras intenciones. Como nuestro vicepresidente añade muy acertadamente en su anterior entrada, sobre la elegancia, Jane Austen es más allá de machista o feminista: es personalista. Busca la defensa del individuo en sus personajes, más allá de su género. Tildarla de feminista o machista es, como dirían los ingleses, neither here not there.
Las más acérrimas (y acérrimos) defensoras/es del movimiento feminista que se ha alzado de forma tan poderosa durante estos últimos años pueden argumentar que los ambientes en los que se desarrolla la acción de las novelas son esencialmente heteropatriarcales; que la literatura austeniana no tiene cabida en la literatura de género por funcionar, incluso contando con la ironía del narrador, sustentada por una sociedad igualmente heteropatriarcal, que confía en el matrimonio para el final feliz de la heroína. No podría quitárseles al menos parte de la razón en estos argumentos, si bien es verdad que podemos contar el matrimonio convencional como final feliz no sólo porque es la estructura socialmente impuesta (y que en la época privaba a la mujer de libertad), sino porque además la historia es, al fin y al cabo, sobre el amor de la heroína por un hombre, y un final feliz debe complacer a sus personajes. Se pueden escribir ríos de tinta discutiendo acerca de estos aspecto, y les invito a discutirlo abierta y civilizadamente en la sección de comentarios de la red social de su elección. Les puedo prometer que participaremos encantados.
Las personas que, por el contrario, estén dispuestas a defender que Jane Austen era una feminista, grande o pequeña; consciente o inconsciente de ello; rebelde o tradicional; protofeminista o una auténtica revolucionaria; pero crítica del heteropatriarcado, al fin y al cabo, podrán por su parte blandir sus argumentos con igual fuerza. Podemos posiblemente contar entre estas personas a Sandra Gilbert y Susan Gubar con su Madwoman in the Attic (si usted se considera feminista, léalo; encontrará un amigo y profesor. Si no se considera feminista, ¡léalo! Encontrará un interesante debate que tal vez, como mínimo, le haga pensar). Gilbert y Gubar encontraron en Northanger Abbey una fantástica crítica feminista que no sólo se basaba en la ironía con la que la voz narradora trataba a los personajes y su comportamiento, sino también en las acciones de la heroína y la dinámica de sus relaciones. También podríamos escribir páginas y páginas sobre esto; Gilbert y Gubar lo han hecho, y el tema está igualmente abierto a debate en los comentarios que ustedes quieran. Se lo ruego: ¡nos encantan los debates!
Elijo excluir de mis posibles lectores a un tercer grupo de personas, que opine que Jane Austen no es feminista ni machista, pero que escribe sobre una época en la que la sociedad es plenamente funcional y aún debería funcionar así. A esas personas les pido que suelten ese DVD de la BBC ahora mismo y por favor, lean las novelas otra vez…
Aclarado esto, podemos escrutar numerosos personajes masculinos (¡y femeninos!), y su comportamiento “machista”. Se me ocurren cuatro ejemplos concretos:
En primer lugar, tenemos la relación de Emma y el Sr. Knightley. Este último es uno de los favoritos cuando se trata de los hombres Austen, y es comprensible: Knightley es un hombre íntegro, inteligente, maduro, responsable y consecuente, y, si bien las relaciones sociales no son su fuerte, ni lo es la naturalidad o la jovialidad, es siempre correcto y elegante, tal como define Miguel Ángel en su entrada, en su comportamiento.
No obstante, su relación con Emma, que a mí, personalmente, siempre se me ha antojado ligeramente insana e incluso Freudiana, es el paradigma de la estructura heteropatriarcal. Emma se casa con una figura paterna que no ha tenido en su vida (su padre apenas sale y es un hombre anciano). La relación con Knightley aniña a Emma, que es reprendida y corregida constantemente por Knightley. Él la sigue en casi todas sus actividades, tratando de enseñarle lecciones, y finalmente se casa con ella no sin antes señalar que la tuvo en sus rodillas cuando era pequeña, en calidad más de tío que de cuñado y/o candidato a su mano. El hecho de que Emma se sienta atraída por una figura paternal que la protege, la saca de su casa (la mayor preocupación del Sr. Woodhouse) y corrige su conducta, la posiciona como una criatura más débil, insegura, e intelectualmente inferior que el hombre, cuyo deber es “meterla en vereda”, culminando este proceso al casarse con ella.
En segundo lugar, encontramos a Lady Catherine, fustigadora de mujeres más jóvenes y más libres que ella. Víctima de su educación y del hecho de pertenecer a una generación mucho anterior a la de Elizabeth Bennet, Lady Catherine, si bien es una figura poderosa, rica y que (ya) no necesita a un hombre en su vida, está en contra de las mujeres libres. “Para ser usted tan joven da sus opiniones de una forma muy resuelta.”, le dice a Elizabeth Bennet, muy ofendida. Lady Catherine es lo contrario a la mujer que defiende la hermandad entre mujeres, como hemos hablado en mi anterior entrada.
Un tercer caso se ve en Marianne Dashwood, un raro ejemplar dentro de las heroínas de Austen. Mientras que éstas normalmente siguen un proceso para enamorarse de sus héroes, y su cambio de opinión significa una mejora en su carácter y su actitud, además de aprendizaje, Marianne sólo sufre este proceso con el irresponsable Willoughby. Y digo sufre porque resulta un proceso doloroso, en el que lo aprendido causa dolor y desengaño. No obstante, el desengaño o reconocimiento de las heroínas Austen sólo implica mejoría, y no cambia su carácter: su personalidad no es suprimida. En el triste caso de Marianne, en cambio, tras pasar por el mismo proceso que todas, y perder a Willougby, su personalidad cambia. Jane Austen no defendía la exaltación ni los extremos, pero Marianne es silenciada en un final que dice poco de sus auténticos sentimientos, y en un incómodo, y de nuevo algo Freudiano, giro de los acontecimientos, se casa con el coronel Brandon. El coronel es sin lugar a dudas un hombre bueno y un gran partido; pero Marianne no está profundamente enamorada de él, y su tendencia a ilusionarse, sus desbordantes ganas de vivir, y sus sentimientos exaltados que la hacían la más cariñosa y alegre de las heroínas Austen, desaparecen rápidamente para ser sustituidos por prudencia y apacibilidad, y termina sus días junto a un hombre a quien la GRATITUD y el AFECTO ata a su persona. El “problema” de Marianne se “soluciona” casándola con el hombre mayor que vela por su protección.
Por último, encontramos el caso que tal vez sea el más obvio de todos: Mr. Collins y su actitud para con la elección de una esposa. Mr. Collins resulta doblemente ridículo por ser un hombre poco apuesto y pomposo, pero que actúa como si no lo fuera, sino más bien como si fuera muy de agradecer su presencia en la casa de los Bennet para escoger a una de las hijas como esposa. Lo punzante de este caso es que no le falta razón: la situación de las Bennet resulta urgente, y la casa donde viven es de su propiedad. No obstante, su actitud no hace sino convertir todo ello en algo mucho más desagradable, y peor aún: no tiene en cuenta en ningún momento los sentimientos de sus primas, a las que considera algo así como candidatas a un puesto en el que él es el consejero delegado y ellas, las desesperadas becarias. “…a pesar de sus muchos atractivos, es sin duda seguro que una oferta así no se le volverá a hacer.”, le dice a Lizzy.
Todas estas conductas, de buscar “machismo” en Jane Austen, podrían ser señaladas como tales. No obstante, la aclaración del principio de este artículo pretendía dejar claro, al leer de estos ejemplos, que el machismo como tal no existía en la época de Jane Austen. Mientras que hay hombres y mujeres en su obra que son egoístas, y atentan contra la individualidad de la heroína, también hay personajes cuyo comportamiento es igualmente machista para los estándares del lector contemporáneo, pero que no obstante son generosos, de buenas intenciones y carácter, y cuyo objetivo es hacer feliz a la heroína. De esta forma, no podemos acusar de machistas a personajes que pertenecen a una época en que el feminismo no existía, y su educación, condicionada por la época en la que vivía y el razonamiento de la misma, no les daba la opción a considerar nada más allá que una sociedad patriarcal en la que la mujer era débil e intelectualmente inferior. Pero piensen en el héroe de su elección: piensen en Brandon, Ferrars, Knightley, Darcy, Bingley, Edmund, Tilney o Wentworth. ¿quieren a su esposa algo menos por ello?
Por Elena Truan.
Presidente de JASES