La nueva adaptación austeniana que ha llegado a nuestras pantallas de la mano de Netflix se trata de Persuasión, dirigida por Carrie Cracknell y de guión adaptado por Ron Bass y Alice Victoria Winslow, en un ejercicio de rejuvenecimiento forzado de una autora que no lo necesitaba en absoluto. La profundidad de la novela más madura de Jane Austen, una obra a menudo llamada «otoñal», es drenada lo más posible. Persuasión (1817) narra la historia de Anne Elliot, la hija mediana de un arruinado noble, que rechazó a un joven marinero, Frederick Wentworth, siguiendo los consejos de Lady Russell, la figura materna que suple a su fallecida madre. Tras su vuelta, siendo ahora capitán con fortuna, la solterona (27 años) Anne debe ver si el amor de su vida se le vuelve a escapar o sigue sintiendo lo mismo que ella. No encontramos el denominador común de las novelas de Austen, que es ese progresivo conocimiento y enamoramiento de dos jóvenes con la incertidumbre y emociones que conlleva, sino que seguimos a dos personas que ya se conocen, pero que son incapaces de adivinar los pensamientos del otro arriesgándose a perderse mutuamente por segunda vez.
Con la alternancia de planos estéticos y cómplices miradas a cámara, la película se debate entre un empalagoso romance de amor y lujo «de época» y una comedia romántica divertida y moderna. Se adivina una posible inspiración en la Mansfield Park del año 1999, quien nos dio a una Fanny cómplice que narraba y usaba frases célebres de Jane Austen desviándose del personaje pero al menos conservando el ingenio original. Es posible que intente seguir la estela de la ingeniosa y rápida Fleabag (cuyo carácter podría encajar con una irreverente adaptación si se hace bien). Tal vez trate de destilar la personalidad de Elizabeth Bennet, heroína más popular y apuesta más segura frente al carácter reflexivo y el corazón roto de Anne; y desde luego se conforma con establecer que para que una heroína resulte cercana a día de hoy debe ser adicta al vino y tropezarse con frecuencia.
Poco texto de la novela se encontrarán lectoras y lectores de Jane Austen en esta adaptación, en una fobia a lo antiguo, a la adaptación BBC, a la fidelidad, que traspasa los momentos de silencio incómodo tan magistrales de la autora a escenas verdaderamente absurdas y líneas totalmente fuera de lugar. Anne habla de un sueño extraño sobre un pulpo que le succiona la cara; revela en voz alta en medio de la cena haber sido la primera opción de su cuñado; grita por la ventana en un arrebato por adelantar su reencuentro con Wentworth, tirándose una salsera sobre la cabeza en el proceso; y decide hacer aguas menores tras un árbol imposiblemente cerca de sus compañeros de paseo, entre otros muchos momentos. En el instante en que el espectador comienza a preguntarse si no hay que ver la película en clave de parodia, se pasa a una escena en la que tiene lugar alguna conversación pseudo-profunda con el vocabulario y sintaxis más sencillas posibles y una desgana adormecedora.
Dichas conversaciones se unen a las condescendientes explicaciones de Anne, quien en su ruptura de la cuarta pared se dedica a explicar al espectador quién es cada persona, como muleta del flojísimo guion que ni siquiera es capaz de presentarnos las circunstancias y relaciones familiares sin necesidad de explicarlas, un obstáculo frecuente en Jane Austen que no obstante se ha conseguido sortear de diversas maneras en cualquier adaptación previa, y probablemente se enseñe en cualquier clase de estudios cinematográficos. Se convierte, pues, en una película que trata al espectador de tonto y asume que de otra manera, sin frases anacrónicas sacadas de Twitter o explicaciones a cámara, éste no sería capaz comprender la historia.
Hay poco que pueda hacer el mejor de los actores con el peor de los guiones, pero tirando del carro se encuentran tres destacables: Richard E. Grant como el Sr. Elliot, padre de Anne, quien en sus pocos minutos de pantalla está tan impecable como cabría esperar de su experiencia; Henry Golding, que trabaja bien con el poco personaje que tiene para el retorcido y desaprovechado William Elliot; y Mia McKenna-Bruce, que está perfecta en su interpretación vivaracha de la insufrible e hipocondriaca hermana de Anne, Mary.
En cuanto a la interpretación de Dakota Johnson, es posible que no anduviese totalmente desencaminada en su tranquila y silenciosa expresión tan propia de la protagonista de Persuasión, pero fracasa estrepitosamente debido a la dirección, guion, y falta de presencia. Su acento inglés resulta poco convincente, esforzadamente enunciado, pero sin la entonación británica adecuada y llena de gazapos e inflexiones americanas que dan una impresión de dejadez. Incluso sus momentos estelares de supuesta complicidad con el público resultan anodinos y vacíos, sin el brillo ingenioso de una heroína crítica y supuestamente tan irónica como lo sería la Austen narradora, tan importante en sus obras, (algo que de todos modos, de nuevo se desvía de la esencia de la sufridora Anne). Su falta de garbo y expresión en los encuentros más intensos con el capitán Wentworth (cuya supuesta timidez u opacidad es transmitida por Cosmo Jarvis con una especie de constante confusión o impedimento del habla) disminuyen la intensidad, e incluso su lectura de la famosa y catártica carta final resulta poco creíble a pesar del mar de lágrimas que consigue conjurar.
El poco cuidado a los modales, convenciones sociales, habituales pecados de vestuario y peluquería e incorrecciones históricas e incluso contextuales resultan, si bien los comunes puntos a criticar cuando se hila fino hasta en las mejores adaptaciones, el último de los problemas (aunque de sobra presentes) en esta adaptación que agua y reduce a Jane Austen contribuyendo a la peyorativa condena histórica a la que se ha enfrentado de «literatura romántica», «literatura de mujeres», «novela rosa»… Algo que parece estar muy en la línea de Netflix recientemente, que está apostando por la producción de abundante contenido de poca consistencia dirigido a un público adolescente y/o poco exigente.
Persuasión es una novela de desesperanza y sufrimiento humano ligado a un problema social de la época de Regencia, que arrastra la crítica social tan propia del ensayo del siglo XVIII y en ocasiones sumerge la punta del pie en la novela romántica que vendrá en el XIX. Quien la lee sobrevive a ser «mitad agonía, mitad esperanza», como el capitán Wentworth tan bien describe, a través de pequeñas gotas de sustento residente en miradas, silencios, encuentros y comentarios. Esta adaptación no ofrece más que un tranquilo y anodino paseo hacia el inevitable final feliz editando los conflictos y vueltas de tuerca de la novela original de manera torpe y ligera, y evitando los diálogos más profundos e inteligentes de una obra que no merecía un tratamiento como éste, pero sí una nueva adaptación a la altura de las expectativas que no hemos podido ver aquí.
Por Elena Truan Aguirre
Presidenta de Jane Austen Society España