Citar como:
Jordán, Miguel Ángel. (2019) Give a girl an education…: La situación social de la mujer y la educación de las jóvenes en las novelas de Jane Austen. En Sánchez León, N ; Sevilla Pavón, A. ; Haba Osca, J. (Ed) . Educación multidisciplinar para la igualdad de género. Perspectivas traductológicas, ecoartísticas, socioeducativas y jurídicas. Editorial Universitat Politècnica de València.
Para acceder al libro completo: https://riunet.upv.es/bitstream/handle/10251/124169/6537.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Introducción
Han transcurrido más de doscientos años desde el fallecimiento de Jane Austen y, sin embargo, ni sus obras ni los temas que en ellas se tratan han perdido actualidad.
Austen cuenta con millones de lectores, muchos de los cuales son auténticos fans que no solo leen y releen las novelas de esta autora, sino que mantienen una actitud activa, participando en diferentes foros –virtuales o presenciales-, asistiendo a conferencias, creando clubes de lectura, etc. Y qué decir del ingente número de adaptaciones cinematográficas y televisivas de sus obras. Se cuentan por decenas las películas y series que recrean, con mayor o menor fidelidad, alguna de sus tramas, o simplemente las toman como punto de partida o de referencia. Mash-ups, Spin Offs, web series… Términos acuñados en las últimas décadas y ya aplicables a las creaciones de Austen: Orgullo y Prejuicio y Zombies, La muerte llega a Pemberley, The Lizzy Bennet diaries o Emma Approved, son algunos de estos productos audiovisuales que ponen de manifiesto la versatilidad y actualidad de las obras de Austen.
Pero esta actualidad no radica tan solo en el éxito de estas novelas, que se reeditan año tras año y que cada vez cuentan con más traducciones. Algunos de los temas que se tratan en estas obras siguen vigentes en nuestra sociedad, y tanto las reflexiones de Austen, a través de su narrador y de sus personajes, como su incisiva y elegante crítica social nos aportan una perspectiva de gran interés.
No es extraño encontrar opiniones divergentes, cuando no opuestas, sobre el modo de pensar de Austen. Algunos la etiquetan como conservadora mientras que otros la catalogan como feminista. Hay quien dice que fue una mujer adelantada a su tiempo mientras que no faltan voces que la critican por ser una defensora del patriarcado. Se han realizado lecturas de sus obras desde casi todas las perspectivas posibles y se han entresacado los más diversos sentidos de algunas palabras y conductas de sus personajes. ¿Hay alguna explicación para esto? Por supuesto, del mismo modo que ocurre con otras obras literarias y otras manifestaciones artísticas, las novelas de Austen son recibidas de modo distinto por los diferentes sujetos que se enfrentan a ellas. La experiencia personal, la educación recibida, el contexto sociocultural y otros factores, influyen en nuestra percepción. El significado de una obra no recae tan solo en lo que en ella se cuenta, sino en el modo en el que la entiende el lector (Fish 1980). Por eso no es de extrañar que haya opiniones enfrentadas sobre Austen y sobre otros muchos autores. Especialmente, sobre aquellos que no manifiestan sus opiniones abierta e inequívocamente en sus trabajos.
Jane Austen no es una escritora social. En sus obras no encontramos una denuncia airada de las injusticias del contexto sociocultural en el que se enmarcan sus novelas, que es el mismo que le tocó vivir a ella. Tampoco es una escritora romántica, como mucha gente cree, sobre todo aquellos que la conocen tan solo por las adaptaciones cinematográficas de sus libros. Sus obras no pueden ser catalogadas como novelas románticas; sería mucho más acertado definirlas como novelas de personajes. Austen no habla de grupos, sino de personas. Jane Austen no es una escritora social, sino personalista. La persona, cada persona, es su campo de estudio, su tema, su objetivo y su fuente de inspiración. En sus novelas se nos habla del universo que es cada personaje, de las relaciones entre cada uno de ellos y de cómo estas relaciones sacan lo mejor y lo peor de cada uno. En sus obras no hay buenos y malos, aunque lo pueda parecer a primera vista. Austen no condena a sus personajes, los muestra tal y como son, poniendo de manifiesto sus motivaciones, sus virtudes y defectos, y las circunstancias que les han llevado a ser como son. Ella se limita a mostrar, y somos los lectores los que nos erigimos como jueces. Y por eso no es de extrañar que haya percepciones tan diferentes aunque el punto de partida sea el mismo.
Como acabamos de decir, Austen no es una escritora social, sin embargo, sus obras se encuadran en un momento concreto de la historia y en una sociedad en concreto. Una sociedad que ella conocía bien, porque era el marco de su día a día. Y, a pesar de que su existencia transcurrió fundamentalmente en un entorno familiar, su capacidad de percepción le permitió profundizar en los entresijos del entramado sociocultural de su época, y su inteligencia preclara captó las incoherencias, las injusticias, y la insensatez inherentes a esa sociedad y a esa cultura. La mirada penetrante de Austen logró superar la barrera de las apariencias y alcanzar el meollo de la sociedad británica de la Regencia. Ahí encontró materia más que suficiente para elaborar sus novelas, en las que logró reflejar, con la fidelidad de una miniaturista, las virtudes y defectos de su mundo, con una actitud serena y, hasta cierto punto, imparcial. Hasta cierto punto, ya que no es posible encontrar la imparcialidad absoluta ni la objetividad plena.
Austen fue una mujer escritora en un momento en el que ambas circunstancias suponían una limitación. Ella era consciente de este hecho y tanto en sus obras como en su correspondencia personal encontramos algunos desahogos de su frustración y cansancio al encontrarse con las barreras sociales de su época. Pero no malgastó sus fuerzas con lamentos estériles, sino que decidió seguir adelante, sin permitir que las trabas sociales la detuvieran. Y, como es lógico, su experiencia personal tiene un peso específico en su modo de reflejar la sociedad de su tiempo. Por eso, su actitud no es imparcial, pero tampoco manipuladora. Es la de Austen la actitud de una persona bien informada que muestra la realidad desde su punto de vista, incidiendo de un modo especial en aquellos puntos que ella considera más relevantes. Ella no denuncia directamente, no alza la voz, ni pone el grito en el cielo. Austen se limita a mostrar. Nos pone delante de los ojos lo que quiere que veamos, y nos señala aquello que, de otro modo, podría pasar inadvertido. Su actitud no es la del crítico, sino la del guía. Nos lleva de la mano por su entramado social y dirige nuestra mirada hacia los aspectos que quiere que conozcamos y sobre los que nos invita a reflexionar. Nos ofrece ejemplos diversos, a través de personajes concretos. Nos muestra el mundo en cada persona. Nos explica las normas sociales y algunos aspectos de la regulación vigente, pero no de un modo abstracto, sino como parte de la vida cotidiana de sus protagonistas. Austen no habla de lo general, le gusta más lo concreto. Por eso sus obras no pasan de moda.
Los tiempos cambian, los regímenes caen, la sociedad evoluciona, las modas son pasajeras y la historia es cíclica, pero la persona permanece. Cada persona es un mundo y este es el campo de acción de Austen. Por eso es tan fácil adaptarla a cualquier sociedad, por eso existen versiones de sus novelas ambientadas con éxito en pleno siglo xxi. Por eso podemos servirnos de sus obras para aprender del pasado, entender el presente y trabajar por un futuro mejor. Y ese es el objetivo de este capítulo. En las siguientes páginas abordaremos un tema de gran interés y actualidad: la posición social de la mujer, la igualdad de oportunidades y algunas propuestas para el futuro. Es un tema candente en pleno siglo xxi, y lo abordaremos retrocediendo más de doscientos años. Haremos un viaje en el tiempo y realizaremos un recorrido por la Inglaterra de finales del siglo xviii y principios del siglo xix de la mano de Jane Austen.
Trabajos y oficios
Antes de abordar el tema de la posición de la mujer en la época de la Regencia, realizaremos un breve recorrido por las diversas posibilidades que se le ofrecían a los jóvenes de familias socialmente bien posicionadas. De ese modo, nos será más sencillo percibir el contraste entre unos y otras.
A los lectores actuales suele llamarles la atención la gran cantidad de tiempo de ocio del que disponen los protagonistas de las historias de Austen. Parece que estos personajes se dedican tan solo a pasear, visitarse unos a otros, organizar excursiones al campo, asistir a bailes, alojarse en casas de amigos y familiares durante semanas o incluso meses, tomar las aguas en Bath, ir de compras, etc. En ocasiones se habla de viajes de negocios, pero tampoco da la impresión de que los que los protagonizan se vean encorsetados por una apretada agenda. La pregunta habitual que se hacen muchos lectores es: “¿pero es que esta gente no trabajaba?”. Y la respuesta podría ser: “no, si podían evitarlo”.
Al leer estas obras comprendemos que trabajar para lograr un sustento era la última opción, el último recurso cuando todos los demás habían fracasado. Un joven de buena familia podía dedicarse a ciertas profesiones, pero era más para ocupar su tiempo que por necesidad. Cualquier persona, en general, podía desarrollar algunas actividades, pero siempre por gusto, para cultivar sus aficiones o mostrar sus destrezas. De ese modo, el trabajo sería algo digno y no una esclavitud que acabara con la salud y estropara la apariencia del que lo realizaba. Esta viene a ser la visión que se nos transmite en Persuasion a través de la señorita Clay, que responde así a la queja de Sir Walter Elliot, siempre tan preocupado por el aspecto físico.
Es cierto que el mar no embellece, y que los marinos envejecen antes de tiempo; lo he observado a menudo; pierden en seguida su aspecto juvenil. Pero ¿acaso no sucede lo mismo con muchas otras profesiones, tal vez con la mayoría? Los soldados en servicio activo no acaban mucho mejor; y hasta en las profesiones más tranquilas hay un desgaste y un esfuerzo del pensamiento, cuando no del cuerpo, que raras veces sustraen el aspecto del hombre de los efectos naturales del tiempo (…). Solo los pocos que no necesitan ejercer ninguna pueden vivir de un modo regular, en el campo, disponiendo de su tiempo como se les antoja, haciendo lo que les da la gana y morando en sus propiedades, sin el tormento de tener que ganarse el pan. Como digo, esos pocos son los únicos que pueden gozar de los dones de la salud y del buen ver hasta el máximo. (26)
Un ejemplo claro de lo que esto significaba para los jóvenes lo tenemos en Edward Ferrars, uno de los personajes principales de Sense and sensibility. En una visita a la familia Dashwood, el bondadoso caballero se muestra con un estado de ánimo bastante decaído. Achacando esta falta de espíritu a la ausencia de actividad, la señora Dashwood, que había inculcado en sus hijas el aprovechamiento del tiempo, adopta una actitud maternal hacia su invitado y le recomienda que busque un empleo, no para ganar dinero, sino para tener algo que hacer. En la respuesta de Edward se reflejan perfectamente las posibilidades que se les abrían a los jóvenes de alta cuna, las opiniones de distintos sectores de la sociedad, las consecuencias de elegir uno u otro camino, y la actitud de muchos de ellos a la hora de escoger una ruta profesional.
Nunca pudimos ponernos de acuerdo en la elección de una profesión. Yo siempre preferí la iglesia, como lo sigo haciendo. Pero eso no era bastante elegante para mi familia. Ellos recomendaban una carrera militar. Eso era demasiado, demasiado elegante para mí. En cuanto al ejercicio de las leyes, le concedieron la gracia de considerarla una profesión bastante decorosa; muchos jóvenes con despachos en alguna Asociación de Abogados de Londres han logrado una muy buena llegada a los círculos más importantes, y se pasean por la ciudad conduciendo calesas muy a la moda. Pero yo no tenía ninguna inclinación por las leyes, ni siquiera en esta forma harto menos abstrusa de ellas que mi familia aprobaba. En cuanto a la marina, tenía la ventaja de ser de buen tono, pero yo ya era demasiado mayor para ingresar a ella cuando se empezó a hablar del tema. (105)
Caso distinto sería el de los hijos de familias de buena posición, pero que –al no ser los principales herederos– se veían obligados a buscar un empleo que les permitiera mantener su ritmo de vida sin descender, más de lo imprescindible, en la escala social. En el ejemplo anterior hemos visto las posibilidades que se barajaban, y en el siguiente –extraído de Mansfield Park– las entenderemos con más detalle, al escuchar la conversación entre Edmund Bertram y Mary Crawford.
––De modo que va a convertirse usted en un sacerdote, Mr. Bertram. Es una sorpresa para mí.
––¿Por qué había de sorprenderla? Tenía usted que suponerme destinado a alguna profesión, y pudo darse cuenta de que yo no era abogado, ni militar, ni marino.
––Muy cierto; pero, en definitiva, no se me había ocurrido. Y ya sabe usted que suele haber un tío o un abuelo que deja una fortuna al segundón de una familia.
––Una costumbre muy encomiable ––dijo Edmund––, pero no universal. Yo soy una de las excepciones y, por serlo, debo hacer algo por mi cuenta.
––Pero, ¿por qué ha de ser clérigo? Yo creí que, en todo caso, eso era el destino del hermano más joven, cuando había muchos otros con derecho de prioridad en la elección de carrera. (310)
Es decir, si no hay un familiar que deje una buena suma para el segundo hijo, este tendrá que buscar un trabajo. ¿Cuál? La Iglesia, la ley, el ejército o la marina (importante distinción que quizás se nos escapa hoy en día) son las propuestas que encontramos repetidas. Por lo que dice Mary, la Iglesia era el lote del más pequeño, los restos del pastel que habían dejado sus hermanos. Salvo en el caso de unos pocos que, como Edmund, entraban en ese camino por convicciones propias.
Si en el caso de los hijos nacidos después del heredero hemos visto que las circunstancias podían obligarles a seguir caminos que hubieran preferido no recorrer; en el siguiente apartado, al hablar de la situación en la que quedaban las hijas, veremos que estas circunstancias son aún más complicadas.
Situación social de la mujer
La mayoría de lectores actuales desconocen las normas legales que regían la sociedad en la que vivió Jane Austen. Pero, en sus novelas, esta autora, sin necesidad de grandes explicaciones, logra que comprendamos la indefensión en la que se veían inmersas algunas mujeres tras el fallecimiento de un esposo o padre.
Al depender exclusivamente de las rentas y propiedades, y no del salario de un trabajo, los testamentos se convertían en auténticas sentencias para algunos o en golpes de fortuna para otros.
Una familia podía verse despojada de su hogar en favor de un tercero si no contaban con un hijo varón. Tal es el caso que se nos muestra en Pride and Prejudice, y la razón por la que la señora Bennet está tan empeñada en que su hija Lizzy acepte la oferta de matrimonio del señor Collins, futuro poseedor de Longbourn, hogar de los Bennet mientras viva el cabeza de familia.
––¡Oh, querido! ––se lamentó su esposa––. No puedo soportar oír hablar del tema. No menciones a ese hombre tan odioso. Es lo peor que te puede pasar en el mundo, que tus bienes no los puedan heredar tus hijas. De haber sido tú, hace mucho tiempo que yo habría hecho algo al respecto.
Jane y Elizabeth intentaron explicarle por qué no les pertenecía la herencia. Lo habían intentado muchas veces, pero era un tema con el que su madre perdía totalmente la razón; y siguió quejándose amargamente de la crueldad que significaba desposeer de la herencia a una familia de cinco hijas, en favor de un hombre que a ninguno le importaba nada. (81)
Ciertamente, en este caso, el lector se siente inclinado a dar la razón a la señora Bennet, y nos resulta muy difícil imaginar que algo así pudiera ocurrir en la actualidad. Sin embargo, conocer esta circunstancia nos llevará a ser más comprensivos con la obsesión de esta madre por casar cuanto antes a sus cinco hijas, y procurarles un futuro estable a ellas y a sí misma.
Como acabamos de ver, la legislación de la época limitaba en ocasiones la capacidad de maniobra de los cabezas de familia, que podían llegar a sus últimos momentos con la angustia de saber que los suyos quedaban en una situación precaria, aunque hasta entonces hubieran vivido con desahogo. No estamos hablando de los que siempre habían sido pobres, sino de familias adineradas, pero atadas por lazos legales a la hora de redactar el testamento. En esos casos, las mujeres dependían de la benevolencia de los herederos, que no tenían más obligaciones que las que les dictara su conciencia. Así sucede, en Sense and sensibility, con el padre de Elinor y Marianne, que en su lecho de muerte arranca la promesa de su hijo de que este velará por su familia.
Tan pronto se supo que la vida del señor Dashwood peligraba, enviaron por su hijo y a él le encargó el padre, con la intensidad y urgencia que la enfermedad hacía necesarias, el bienestar de su madrastra y hermanas. El señor John Dashwood no tenía la profundidad de sentimientos del resto de la familia, pero sí le afectó una recomendación de tal índole en un momento como ése, y prometió hacer todo lo que le fuera posible por el bienestar de sus parientes. (7)
Como sabemos, esta buena voluntad se queda tan solo en eso, bajo la influencia de la señora de John Dashwood, que consigue silenciar la conciencia de su marido con razonamientos mezquinos y egoístas. En vistas de esta situación, no es de extrañar que el matrimonio se viera como la única vía de subsistencia para aquellas mujeres que no tuvieran la suerte de contar con una gran fortuna personal.
¿Qué ocurría, entonces, con aquellas chicas de buena familia que no contaran con rentas propias ni recibieran proposiciones de matrimonio de caballeros solventes? Lo cierto es que las opciones para las jóvenes eran escasas. Mientras hubiera alguna renta, podrían tratar de ajustarse a esa cantidad, viviendo lo más dignamente que pudieran dentro de su estrechez. Pero, en el caso de que no contaran con recursos económicos, se verían abocadas a un matrimonio no tan ventajoso –el afecto en este caso sería aún más secundario–, pero al menos suficiente para subsistir, o tendrían que buscar algún empleo que les proporcionara un mínimo de ingresos y que, dentro de lo posible, no las hundiera socialmente. Como podemos ver en Emma, la enseñanza parece ser la salida más airosa para estas mujeres. Ya fuera como institutriz privada -tal hubiera sido el caso de Jane Fairfax, de no haberse casado con Frank- o como maestra de escuela -que había sido el camino escogido por la señora Goddard-.
En cualquier caso, se trataba de una situación complicada, que la misma Jane Austen conoció en primera persona, ya que, aunque nunca llegaron a pasar necesidad, tanto ella como su madre y su hermana Cassandra, dependieron de la ayuda de sus hermanos –que no les faltó en ningún momento– debido a los escasos recursos con los que contaron tras la muerte del Reverendo George Austen.
La educación de las jóvenes
En un interesante e ilustrativo estudio de Deborah Simonton, incluido dentro del libro de Hannah Barker, que se encuentra referenciado en la bibliografía, se explica con detalle cuál fue la situación del sistema educativo británico durante el siglo xviii y la primera mitad del siglo xix. Este estudio nos servirá para contextualizar la información extraída de las novelas de Austen, que ofreceremos algo más adelante.
Como ya hemos visto, la sociedad británica y, en concreto la inglesa, estaba claramente dividida en diferentes niveles sociales, por lo que cada persona partía de un punto diferente en función de su nacimiento y era muy difícil que lograra ascender socialmente. Este determinismo social se veía correspondido en el sistema educativo y, por lo tanto, las jóvenes que acudían a una escuela recibirían un tipo de educación u otro en función de su situación socioeconómica. Las niñas de buena familia recibían una formación orientada a la adquisición de buenas maneras y principios morales. Mientras que a las pertenecientes a clases sociales más modestas se les ofrecían unos conocimientos y destrezas que pudieran servirles para ganarse la vida y contribuir a la economía familiar en el futuro.
A pesar de la existencia de algunas escuelas, la mayor parte de la educación se administraba en los hogares y, habitualmente, esta tarea recaía sobre las madres de familia. Por esta razón, se vio la necesidad de ofrecer una buena formación a las jóvenes para que, de ese modo, pudieran educar correctamente a su prole y, en especial, a sus hijas.
En el caso de las jóvenes de clase social baja, las oportunidades de recibir cierta educación dependían de la capacidad y del interés de la familia. Si eran capaces de pagar cierta suma de dinero, las niñas podrían asistir a alguna escuela parroquial o algún colegio rural y recibir una educación muy semejante a la de los niños, al menos en las primeras etapas.
En las escuelas dominicales, se enseñaba principalmente a leer y escribir, como medio de promoción social y como instrumento para adquirir cierta formación religiosa. Sin embargo, en las siguientes etapas, la educación de niños y niñas difería. El curriculum de los chicos incluía lectura, escritura y aritmética; mientras que el de las chicas se fundamentaba en la lectura, la religión y la costura. No obstante, no se trataba de un sistema cerrado y algunas niñas continuaban con asignaturas que iban más allá de las previstas para ellas. Además, en estas enseñanzas se incluían ciertas prácticas laborales que les permitían ganar algo de dinero y, fundamentalmente, adquirir destrezas que les facilitaran encontrar trabajo. En el caso de las jóvenes, la destreza más importante era la costura, ya que les servía para llevar a cabo diferentes labores tanto en su vida doméstica como en el mundo laboral.
En el caso de las familias de buena posición social y económica, aunque existían escuelas para señoritas, la educación solía impartirse mayoritariamente en el propio hogar. En un principio, solía ser la madre la encargada de educar a sus hijas, pero con el tiempo fue ganando en relevancia el papel de las institutrices. Curiosamente, la diferencia educativa entre chicos y chicas estaba más marcada en las clases sociales elevadas. Mientras que los niños solían recibir una formación académica, que podía incluir algunos años en la universidad; la formación de las niñas se orientaba a convertirlas en unas jóvenes cultivadas, que resultaran de atractivo para los caballeros y pudieran ser buenas esposas, madres y administradoras del hogar. Dicho de otro modo, la educación era una preparación para el mercado matrimonial, en el que las jóvenes deberían competir entre sí para conseguir un buen partido.
El curriculum de las jóvenes de alta alcurnia se componía de asignaturas como costura, conversación educada, baile, música, dibujo, pintura, francés, quizás italiano, y algunas nociones de historia, geografía y astronomía para ser capaces de mantener una conversación agradable.
Es decir, la educación tenía una posible doble finalidad. Preparar a las jóvenes para lograr un buen matrimonio o, en caso de que este plan fallara, formarlas para que fueran institutrices. Y esto, según Hannah More, explicaba la abundancia de esposas superficiales y profesoras incultas. Junto a Hannah More, durante la segunda mitad del siglo xviii, comenzaron a escucharse algunas voces femeninas que reclamaban una revisión en los contenidos de la educación de las jóvenes. Elizabeth Hamilton insistió en la necesidad de formar en principios morales y no solo en buenas maneras. Por su parte, Maria Edgeworth defendió que las jóvenes recibieran una educación de utilidad, que incluyera las ciencias y sacara a las niñas de su ignorancia. Mary Wollstonecraft se unió a la condena de lo que Hannah More definió como un frenesí por las habilidades –This phrenzy of accomplishments-. More denunciaba que solo se las educaba para el periodo de la juventud y la belleza. Tanto More como Wollstonecraft propugnaban una educación integral de la mujer, que no se centrara tanto en un papel secundario y temporal como en la necesidad de convertirlas en una parte importante de la sociedad. Junto con Catherine Macaulay, insistieron en que no debería existir una disparidad entre los contenidos de la educación de hombres y mujeres. Este impulso dio su fruto y a comienzos del siglo xix comenzaron a producirse algunos cambios en la oferta educativa para las jóvenes (young women en vez de ladies) en la que se insistía en los conocimientos útiles.
Tras este breve recorrido por la evolución de los planteamientos educativos en la sociedad británica de los siglos xviii y principios del xix, vamos a comprobar la visión que Austen nos ofrece de este aspecto de la sociedad de su tiempo.
La educación de las jóvenes en las novelas de Jane Austen
La búsqueda del sistema de enseñanza perfecto es un tema de eterna actualidad. Los modelos se relevan por razones políticas o sociales. Se importan estrategias de diferentes países y se experimenta con los avances de la pedagogía. Los resultados no siempre están a las alturas de las expectativas, a pesar del dinero invertido en estudios, metodologías y nuevos materiales.
Los centros educativos vanguardistas, en los que se cuenta con los últimos medios tecnológicos y se emplean términos novedosos para explicar situaciones y procedimientos, son vistos con cierto escepticismos por los educadores experimentados, que confieren el protagonismo a las personas, más que a los instrumentos o recursos pedagógicos.
La señora Goddard era maestra de escuela, no de un colegio ni de un pensionado, ni de cualquier otra cosa por el estilo en donde se pretende con largas frases de refinada tontería combinar la libertad de la ciencia con una elegante moral acerca de nuevos principios y nuevos sistemas, y en donde las jóvenes a cambio de pagar enormes sumas pierden salud y adquieren vanidad, sino una verdadera, honrada escuela de internas a la antigua, en donde se vendía a un precio razonable una razonable cantidad de conocimientos… (E 16)
Esta es la presentación de la escuela de la señora Goddard, mostrada como un lugar fiable en contraste con otros sitios de gran renombre, pero escasa credibilidad. Al texto anterior le faltan algunas líneas que ofrecemos a continuación.
… y a donde podía mandarse a las muchachas para que no estorbaran en casa, y pudieran conseguir una pequeña educación sin ningún peligro de que salieran de allí convertidas en prodigios. (Ibid.)
Con su concisión e ironía habitual, la autora nos ofrece su punto de vista sobre la educación de las chicas jóvenes en su época. Como ya se ha comentado en el apartado anterior, las familias de buena posición, no enviaban a sus hijas para que adquirieran unos conocimientos que les permitieran ganarse la vida en el futuro, sino para que adquirieran ciertas destrezas que las harían más valiosas en el mercado matrimonial.
En las obras de Austen se nos muestran con frecuencia conversaciones en las que se hace referencia a alguna chica y se decora su descripción con el adjetivo “accomplished”, al que hacía referencia Hannah More, y que tiene un significado muy amplio, como podremos observar en el siguiente diálogo, extraído de Pride and Prejudice, entre la la señorita Bingley, el señor Darcy y Elizabeth Bennet.
––Entonces observó Elizabeth–– debe ser que su concepto de la mujer perfecta es muy exigente.
––Sí, es muy exigente. ––¡Oh, desde luego! exclamó su fiel colaboradora––. Nadie puede estimarse realmente perfecto si no sobrepasa en mucho lo que se encuentra normalmente. Una mujer debe tener un conocimiento profundo de música, canto, dibujo, baile y lenguas modernas. Y además de todo esto, debe poseer un algo especial en su aire y manera de andar, en el tono de su voz, en su trato y modo de expresarse; pues de lo contrario no merecería el calificativo más que a medias.
––Debe poseer todo esto ––agregó Darcy––, y a ello hay que añadir algo más sustancial en el desarrollo de su inteligencia por medio de abundantes lecturas.
––No me sorprende ahora que conozca sólo a seis mujeres perfectas. Lo que me extraña es que conozca a alguna. (53)
Como se puede comprobar, se trataba de una educación dirigida sobre todo a las artes, aunque el señor Darcy añada un matiz importante y no del todo habitual, que parece corresponder a la voz de la autora, al requerir también amplias lecturas que formen la mente de las jóvenes.
De Jane Austen sabemos que asistió a dos escuelas en su primera infancia, pero que adquirió la mayoría de sus conocimientos y destrezas en su casa, con la orientación de su padre y una amplia biblioteca a su disposición. Esto se ve reflejado en algunas obras, como es el caso de Pride and Prejudice y Sense and Sensibility. En el primero, se nos cuenta que las Bennet no contaron con ninguna institutriz y en el segundo, además de esto, se nos insiste en la idea de que estas jóvenes siempre estaban muy atareadas, y hallaban un gran placer en la lectura, el dibujo y la música.
De estas tres disciplinas, encontramos múltiples referencias en las obras que estamos estudiando. Es muy interesante comprobar la importancia que tenían en la vida cotidiana de sus protagonistas y el valor que se le confería tanto a la destreza en dichas artes como a la capacidad de apreciarlas. A continuación, ofreceremos un breve elenco de ejemplos en los que se habla de estas disciplinas.
-Libros
Ya hemos comentado el valor educativo de la lectura. Una buena selección de libros puede ser un camino directo a la adquisición de una cultura amplia, buen raciocinio y el fundamento para unas ideas sólidas. Así se nos muestra en Mansfield Park, cuando, poco después de que Fanny sea acogida por la familia de su tío, Edmund decide colaborar en su educación a través de los libros.
Él veía que Fanny era inteligente, que tenía una gran facilidad de comprensión y buen discernimiento, junto con una gran afición a la lectura, la cual, convenientemente orientada, podría proporcionarle una excelente instrucción. Miss Lee le enseñaba francés y le hacía recitar diariamente su lección de Historia; pero él le recomendaba los libros que hacían sus delicias en sus horas de ocio, él fomentaba su inclinación y rectificaba sus opiniones. Él hacía provechosa la lectura hablándole de lo que leía, y ensalzaba sus alicientes con sensatos elogios. (16)
El ejemplo contrario lo encontramos en la persona de Emma, y en la crítica cariñosa de Mr. Knightley, que conoce las buenas intenciones de la joven, pero su escasa fuerza de voluntad y constancia.
-Emma siempre se ha propuesto leer cada vez más, desde que tenía doce años. Yo he visto muchas listas suyas de futuras lecturas, de épocas diversas, con todos los libros que se proponía ir leyendo… Y eran unas listas excelentes, con libros muy bien elegidos y clasificados con mucho orden, a veces alfabéticamente, otras según algún otro sistema. (…) Pero ya he perdido toda esperanza de que Emma se atenga a un plan fijo de lecturas. Nunca se someterá a nada que requiera esfuerzo y paciencia, una sujeción del capricho a la razón. (35)
En esta novela, se nos presenta a la heroína como una muchacha con grandes dotes para las distintas artes, pero a la que la falta de práctica le ha impedido adquirir destreza en ninguna de ellas. Y algo parecido ocurre en lo referente a su modo de pensar. Tiene buen corazón y propósitos nobles, pero en ocasiones sus carencias intelectuales o de raciocinio se ponen de manifiesto, provocando que se deje llevar por los prejuicios o una actitud caprichosa.
-La música.
La excelencia musical es fruto del esfuerzo y la constancia, que perfeccionaran una mayor o menor habilidad natural. Por lo tanto, a las artistas que hayan alcanzado esa maestría se les suponen unas virtudes, de las que carecerán aquellas que abandonaron la práctica. Este es el contraste entre Jane Fairfax y Emma Woodhouse, que resume de algún modo la personalidad de las jóvenes. A la primera la vemos siempre como discreta, perseverante, correcta, abnegada, dispuesta a trabajar para salir adelante, sin rebelarse contra su situación. Mientras que Emma es mucho más aparatosa, desea ser el centro de atención, se deja llevar por los caprichos y la fantasía, y está acostumbrada a una vida cómoda.
Como detalle cultural, llama la atención que en varias ocasiones, se muestra cómo es propio de muchas mujeres el abandono de la práctica musical al llegar al matrimonio.
Marianne, que cantaba muy bien, a su pedido recorrió la mayoría de las canciones que lady Middleton había aportado a la familia al casarse, y que quizá habían permanecido desde entonces en la misma posición sobre el piano, ya que su señoría había celebrado ese acontecimiento renunciando a la música. (S&S: 37)
¿Las razones? En algún momento se alude a la falta de tiempo, puesto que su nueva condición lleva consigo un aumento de tareas. Pero no parece que esta razón sea demasiado convincente. Más bien se nos muestra como algo voluntario. Quizás, y esto es una interpretación muy libre por nuestra parte, un factor determinante sea el hecho de haber logrado ya la situación de estabilidad deseada, y no sentir la necesidad de perfeccionar las habilidades para ganar en encantos personales cara a un futuro pretendiente.
-El dibujo.
Al analizar las diferentes escenas en las que se alude a la destreza para dibujar y al gusto por los retratos y paisajes, la autora se sirve de este recurso para mostrar distintas características de los personajes, o para dotar de mayor fuerza a una situación.
Durante un agradable paseo, Catherine Morland, sorprendida por los comentarios de los hermanos Tilney, que son capaces de apreciar con más detalle el paisaje que les rodea gracias a su afición por el dibujo, hace gala de su inocencia y sencillez habituales, y reconoce su ignorancia a este respecto y su deseo de aprender. Lo que le vale una detenida explicación de Henry. Las oportunas indicaciones del joven, unidas a la admiración que ella siente por él logran unos avances sorprendentes en tan solo unos minutos.
La muchacha confesó y lamentó su falta de conocimientos, y declaró que de buen grado daría cuanto poseía en el mundo por saber dibujar, lo cual le valió una conferencia acerca del arte, tan clara y terminante, que al poco tiempo encontraba bello todo cuanto Henry consideraba admirable. (NA 69)
La falta de gusto será mostrada como algo propio de los personajes simples, vulgares o malvados. Y, dentro de esta categoría, encontramos también a aquellos que quieren aparentar unos conocimientos en intereses que en realidad no poseen. Una actitud que, con lenguaje actual, podría definirse como “postureo”.
-¡Ay, cielos! ¡Qué hermosos son éstos! ¡Vaya, qué preciosura! Mírelos, mamá, ¡qué adorables! Le digo que son un encanto; podría quedarme contemplándolos para siempre -y volviendo a sentarse, muy pronto olvidó que hubiera tales cosas en la habitación. (S&S 110)
En esta misma obra, escuchamos a Marianne juzgando a Edward con severidad por su falta de sensibilidad artística. La joven es consciente de que él admira los dibujos de Elinor, pero desde su perspectiva de artista y amante del arte, detecta que no es el buen gusto lo que le lleva a valorar estas obras, sino el afecto que siente por su hermana.
Y aunque admira mucho los dibujos de Elinor, no es la admiración de alguien que pueda entender su valor. Es evidente, a pesar de su asidua atención cuando ella dibuja, que de hecho no sabe nada en esta materia. Admira como un enamorado, no como un entendido. (S&S: 19)
Pero es que, como la misma Marianne reconocerá, el buen gusto, en ocasiones, se confunde con la apariencia y la repetición de opiniones comunes. No todo el mundo posee la capacidad de apreciar la belleza o la técnica de una obra de arte. Pero el afán de aparentar puede llevar a algunos a emitir juicios atrevidos, que pondrán de manifiesto su ignorancia ante los entendidos en la materia.
-Es muy cierto -dijo Marianne- que la admiración por los paisajes naturales se ha convertido en una simple jerigonza. Todos pretenden admirarse e intentan hacer descripciones con el gusto y la elegancia del primero que definió lo que era la belleza pintoresca. (S&S: 99)
Por lo que, quizás, sea preferible la actitud de Edward, que reconoce sus limitaciones y deja que sea el afecto, y no sus aptitudes artísticas, quien rija sus preferencias.
Give a girl an education…
Llegamos al último apartado de este capítulo, en el que comentaremos la propuesta de Austen para lograr la promoción social de las mujeres de su época y, dando un salto en el tiempo, haremos extensivas sus ideas a la época actual, tan diferente en muchos matices, pero siempre necesitada de cambios y mejoras.
En los apartados anteriores, hemos visto cuál era la situación social de la mujer durante los últimos años del siglo xviii y los primeros del xix. Tanto las jóvenes de familias pudientes como las de condición social más modesta dependían en gran parte de un matrimonio ventajoso para salir adelante. Y, si no contaban con esta posibilidad, sus esperanzas –sobre todo en el caso de las jóvenes de nivel social medio-alto- recaían casi exclusivamente en la educación recibida, que podría abrirles las puertas a trabajar como maestras o institutrices. Una buena educación también podría permitir cierto ascenso social a una joven de condición humilde, para la que un puesto como los que acabamos de mencionar supondría un logro importante.
Esta es la razón por la que en Mansfield Park escuchamos una frase que será el eje de estas últimas consideraciones. Curiosamente, la sentencia que reproduciremos a continuación no la pronuncia una de las heroínas de Austen, ni alguno de sus caballeros, sino un personaje por el que los lectores difícilmente podrán sentir simpatía alguna. Se trata de la señora Norris, tía la protagonista de esta obra, Fanny Price. La señora Norris es una mujer tacaña, lisonjera e injusta. Y, sin embargo, gracias a ella, Fanny es acogida por sus tíos, mejorando exponencialmente su situación social y sus posibilidades de futuro. En los primeros compases de la novela, cuando el señor Bertram muestra alguna duda sobre el modo de actuar respecto a la joven a la que han acogido, recibe la siguiente indicación de su cuñada:
Give a girl an education, and introduce her properly into the world, and ten to one but she has the means of settling well, without farther expense to anybody (7)
(Dale a una muchacha una buena educación, oriéntala de un modo adecuado, y apuesto diez contra uno a que logrará salir adelante, sin necesitar la ayuda de nadie).
La educación es la llave que abrirá la puerta del futuro para esas jóvenes que no cuentan con grandes rentas, o con la protección de un matrimonio que les aporte estabilidad económica y una buena posición social.
“Un buen consejo lo aceptaría aunque viniera del diablo”. Esta frase, que se atribuye a san Juan Bosco, remarca la idea de que lo importante son las enseñanzas, sin depender del que enseña. Sin embargo, la experiencia nos dice que somos más dados a aceptar los consejos cuando son acordes a la actitud de quien los ofrece.
Como dijimos al principio de estas líneas, Jane Austen fue una mujer escritora cuando ninguna de esas condiciones –y mucho menos la unión de las dos- suponían una ventaja. Durante sus primeros años de vida, su situación económica fue cómoda, pero no lujosa. Y esta situación se volvió mucho más austera tras la muerte de su padre. Sin embargo, aunque tuvo la oportunidad de contraer un matrimonio muy favorable, con el hermano de sus mejores amigas, rechazó la oferta al no estar enamorada del pretendiente. Podría haber ascendido vertiginosamente en la escala social, emulando a Elizabeth Bennet, la más famosa de sus heroínas. Y, en vez de eso, prefirió ser fiel a sus principios, ya que había asegurado en más de una ocasión que cualquier cosa era preferible a un matrimonio sin afecto.
En esas circunstancias, Austen dedicó una gran parte de su tiempo y toda su pasión a la escritura. Pero no debemos olvidar que, anteriormente, había dedicado horas y horas a la lectura. Su padre fue un hombre cultivado, varios de sus hermanos estudiaron en Oxford, y ella siempre recibió estímulos favorables para formarse adecuadamente y adentrarse en la escritura. Fue la educación recibida en el hogar junto con sus grandes dotes personales lo que la permitió abrirse un camino en la vida y realizarse como persona. Aunque apenas pudo disfrutar del éxito –también económico- de sus publicaciones, debido a su muerte prematura, sí que gozó de la satisfacción de no haber cedido ante las dificultades y los fracasos. Catorce años transcurrieron desde la primera tentativa de publicar una de sus obras hasta que este logro se hizo realidad. Catorce años en los que siguió leyendo, escribiendo, revisando y corrigiendo sus trabajos.
Los parámetros sociales en los que transcurrió la vida de Austen eran mucho menos proclives a la igualdad de oportunidades que los de hoy en día. Sin embargo, eso no fue un obstáculo para que esta grandísima autora siguiera adelante con sus escritos, sin perder el tiempo con lamentos inútiles y sin refugiarse en excusas paralizantes. Austen vivió según las normas de su tiempo, pero fue capaz de ver mucho más allá. Por eso no se sintió acomplejada, ni se disculpó por ejercitarse en un género que algunos tildaban de pasatiempo menor. Tanto en sus cartas como en su obra La Abadía de Northanger, encontramos una defensa enfervorizada de la novela como género literario.
Austen creyó en la importancia de la educación y así lo manifestó en su vida y en sus libros. Austen confió en la capacidad de sus congéneres para hacerse valer por sí mismas, pero, a la vez, conocía la situación de desventaja de la que partían. Por eso en sus novelas vemos a las heroínas luchar, equivocarse, aprender y evolucionar. Sus protagonistas no son jovencitas idealizadas a las que la vida les sonríe. Todas pasan por un proceso de autoconocimiento, aprendizaje y superación. Y, aunque el premio a su esfuerzo venga en forma de un matrimonio ventajoso –no olvidemos que son obras enmarcadas en un contexto sociocultural concreto-, lo más importante es que todas y cada una de estas heroínas han superado su proceso de aprendizaje y, por eso, son capaces de afrontar el futuro con seguridad y determinación.
Los tiempos han cambiado. La igualdad de oportunidades está más cerca que hace doscientos años, aunque todavía quedan muchos retos por delante. ¿Cuál es el camino para seguir avanzando? ¿Qué nos diría Jane Austen? ¿Qué nos dice en sus obras? Lo vimos al principio de este capítulo. No hablemos de grupos, hablemos de personas, de cada persona. Pongamos todo lo que esté en nuestras manos para que cada persona tenga a su alcance las herramientas para lograr sus objetivos. Démosle a cada persona una buena educación, orientémosle en sus primeros pasos, y será capaz de hacerse valer y contribuir a la mejora de la sociedad.
BIBLIOGRAFÍA
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