A continuación os ofrecemos la que podría ser la carta 42 de la novela Lady Susan según una de nuestras socias, que ha tenido la amabilidad de enviarnos esta colaboración.
Frederica a Lady Susan.
Churchill
Querida madre:
Te escribo estas líneas, por primera y última vez, para agradecerte inmensamente todo lo que has hecho por mí.
En primer lugar, felicitarte por tu matrimonio con sir James, yo intentaba convencerte una y otra vez de que no era merecedora del amor de un hombre con tales virtudes, inteligente y resolutivo, riquezas aparte. Sé que valoras por encima de todo el sentimiento amoroso que une a dos personas en un mismo destino, que empareja almas iguales. Las vuestras lo son.
Vivir en Churchill no es comparable con la tranquilidad y el cariño que gozaría en Londres junto a ti, pero creo que podré acostumbrarme. Mis tíos hacen lo imposible para que no eche tanto de menos tus mimos y cuidados.
Aprovecho también para comunicarte un acontecimiento que te llenará de felicidad, porque sé que deseas mi bien por encima del tuyo propio. El señor De Courcy y yo nos hemos comprometido. El tío Charles Señor Vernon ha dado su consentimiento como tutor en funciones, y pensamos que antes de final de año podamos ser ya marido y mujer.
¡Cómo desearía ver tu semblante mientras lees la noticia! Me has oído tantas veces decir que preferiría trabajar para ganarme el sustento antes que casarme con alguien al que no amase, que sé la alegría que te producirá saber que estoy llena de amor, de amor correspondido.
Reginald es todo lo que deseo en este mundo y nunca podré agradecerte lo suficiente todos tus intentos por acercarlo a mi vida.
El día que le envié mi desesperada carta, «con esa mezquina rebeldía y falta de decoro» como bien expresaste, cambió mi suerte, haciendo por fin reales los planes de una tierna madre y preocupada como tú.
Decirte que debes estar satisfecha con la vida que me has regalado, colmada del afecto sincero que corresponde a una gran mujer dotada con «el sagrado impulso del amor maternal», y ello a pesar de mi necedad y de lo poco que tengo para que te sientas orgullosa de mí.
Por último, agradecer también tu inalterable severidad. Gracias a ella he transformado mi abatimiento silencioso en valentía y entereza, consiguiendo extraer de mi interior la bondad, la dulzura y la inocencia conservadas, despojándome de ese aire tímido, triste y compungido.
Querida madre, se despide tu única hija, con todo mi amor y respeto.
Afectuosamente tuya,
FREDERICA VERNON
Por M. Ángeles Lorente.